Odiame, amor mío (8)

Nueva York, mediados de abril de 2004.

Francis había apreciado las bromas de su sobrino Charles pero, desde su ascenso al poder, su sentido del humor se había vuelto más amargo. Ahora era imposible saber si habla en serio o se burlaba de la gente. Por eso, cuando le nombró para un alto cargo en la empresa, nadie, ni siquiera Francis, se lo había tomado en serio.

Pero sí lo era.

-Nunca he ocupado un cargo directivo .-le dijo.

-Vamos! -replicó Charles, sonriendo-. Ya sabes, tío, que con mi abuelo los cargos directivos no eran más que puros honores, por que no cuentan para nada; es el director, osea, yo, el que manda. Tú no tendrás nada que hacer.

Pero, aunque no lo dijera, sí consideraba que su tío pudiera serle útil pues, al formar parte del consejo de administración, tendría un par de orejas extra para averiguar que se cocía entre sus directivos.

Una tarde, mientras Francis le informaba de los últimos rumores, inesperadamente entró una de las primas de Charles, Martha.

Joven, apenas veintidós años, era tan bella como desvergonzada, temeraria y aventurera. Su descaro y falta de decoro era la comidilla de toda Nueva York. Por eso mismo, Charles la adoraba.

Se sorprendió, aunque sólo a medias, al ver a su tío Francis mirar embelesado a la joven muchacha, e incluso tartamudear al saludarla. Reprimiendo una sonrisa perversa, se abandonó al espectáculo de ver el descocado coqueteo de su prima con su abrumado tío.

Cuando Martha se despidió de ambos, colocando a la vez un beso en la frente de su tío y sus pequeños y duros senos contra su pecho, además su aroma a mejorana, Francis ya estaba irremediablemente cautivo de los encantos de aquella niña-mujer.

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