Su estancia en Kimberly la recordaria Peter, años después, con una sonrisa divertida, aunque tuvo momentos en los que no disfrutó demasiado. Los primeros días fueron de un desconcierto total que le llevaron, de manera sucesiva, a unirse a una banda de aventureros como él que, a falta de suceso, comenzaron a dedicarse al crímen, momento en el cual Peter puso los pies en polvorosa y se encontró durmiendo en los parques públicos de la ciudad.
Al final llegó a la zona de minas y, a pesar de su inexperiencia y de su juventud, logró llegar a ganar una pequeña fortuna con un par de golpes afortunados y unas inversiones un tanto arriesgadas, pero al final, debido a su relación íntima con una mujer casada tuvo que salir corriendo de Kimberly sin mirar hacia atrás. Porque, para colmo de males, ahora que la suerte sonreía a Peter, se habìa ido a enamorar de la mujer de uno de los delegados del gobierno en la ciudad, así que, calculando acertadamente que en cuanto el marido se enterera (y los maridos sieeeempre se enteran de esas cosas), Kimberly se iba a volver una ciudad demasiado «caliente» para su gusto, optó por cambiar de aires con algo mas de dero en lso bolsillos del que tenía cuando llegó.
Peter no llegó nunca a poner sus pie en Namibia. Por capricho del destino acabó su viaje en Sidney, Australia. Llegó al contienente australiano allí sólo, pues sus tres amigos se fueron quedando por el camino, con bastante dinero todavía en el bolsillo y una idea aproximada sobre lo que tenía que hacer para conseguir lo que deseaba. Su entrada en Sidney fue espectacular. Amigo de la teatrealidad y del exhibicionsimo, Peter necesitaba atraer la atención para poder acceder a los empresarios y poder prseentarles sus sólidas propusetas.
Al final sus planes se fueron torciendo un poco y se vio viviendo en una pensión de mala muerte, durmiendo con la ropa puesta o encima de ella. A pesar de los pesares, procuraba mantener su aspecto lo más limpio posible y, fiel a sí mismo, llevaba la cabeza más alta que nunca, a pesar de tener los bolsillos completamente vacios, una política acertada, según ambos pudimos comprobar en el futuro. Porque fue entonces, cuando los dos estábamos en el arroyo, que conocí a Peter.
Y allí estabamos los dos, sin un penique en los bolsillos pero muchas ideas en la cabeza, cuando apareció aquella bola de carne y pelo al quie llamamos, como no podía ser de otra manera, Ozzy.