Posts Tagged ‘lakotas’

La última batalla de Custer (22)

12 octubre, 2019

Toro Sentado no participó en el combate contra Reno. Se quedó atrás. Cabalgó contemplando la carnicería. Los soldados habían caído en el campo, como había anunciado su visión, pero su gente se había olvidado del mandato y estaban profanando los cuerpos. Isaiah Dorman, un intérprete negro de Custer casado con una mujer lakota, estaba vivo, pero sangraba por una herida en el pecho. Cuando un grupo de guerreros se agrupó en torno a él, les rogó: «Amigos, ya me habéis matado, no contéis los golpes». Dorman había ayudado en una ocasión a Toro Sentado, por lo que el jefe intervino en su favor. Los guerreros le hicieron caso, pero las mujeres que estaban rematando a los heridos no. Una mujer hunkpapa le disparó. Para asegurarse su agonía en el más allá, ella sus compañeros lo mutilaron.

Toro Sentado se unió a los guerreros que galopaban al norte para enfrentarse a un nuevo grupo de soldados que atacaban el extremo inferior del poblado. Como correspondía a un jefe veterano, no fue a luchar sino a proteger a los que no combatían.

Sólo Custer sabía que quiso decir cuando prometió que apoyaría a Reno Quizás tenía intenciones de seguirle, como esperaba el mayor, pero otros acontecimientos le obligaron a cambiar los planes. Mientras sus hombres abrevaban a sus caballos, llegó el teniente Varnum para confirmar que el poblado estaba al otro lado del valle. Entonces, también llegaron noticias de que Reno se había encontrado con indios. Así que Custer decidió lanzar un ataque de flanco para atrapar al enemigo entre dos fuegos. Hubiera preferido esperar a Benteen, pero no había tiempo.

A las tres de la tarde Custer condujo su fuerza en columna de a dos, las cinco compañías una junto a la otra, a través del Little Bighorn hacia la elevación de la orilla este en busca de un lugar adecuado para cruzar. Fue entonces cuando divisó el poblado, el mayor que jamás hubiera visto un hombre blanco. Aunque la perspectiva de un segundo Washita pudiera resultar atrayente, su enormidad era un problema para el coronel. Su hermano Tom se presentó ante el sargento Daniel Kaspe de parte de su hermano: «Vaya al capitán McDougall y dígale que traiga el tren de avituallamiento campo a través. Si se suelta algún paquete, córtelo y venga rápido, hay un gran campamento indio. Si ve al capitán Benteen, dígale que venga rápido: hay un gran campamento indio».

La columna de Custer llegó al galope al extremo sur de una quebrada bordeada por cerdos. Mientras los soldados aseguraban sus cinchas, los hermanos Custer subieron a una colina. La escena era preocupante, pero, en su opinión, tenían una ventaja. En el poblado había pocos guerreros; la mayoría estaban luchando contra Reno, que parecía estar aguantando bien: su retirada hacia el bosquecillo sucedería veinte minutos después.

Custer dijo a sus hombres que iban a atacar el poblado, tras lo que despidió a sus exploradores crows, pues ya habían cumplido su misión. Pero como no había ni rastro de Benteen, Custer envió a buscarlo al corneta Giovanni Martini, un inmigrante italiano que no dominaba demasiado el inglés, por lo que Custer garabateó un mensaje para él: «Benteen, Venga. Gran poblado. Apresúrese. Traiga munición. W. W. Cooke. P. Traiga munición». Al ponerse en marcha, Martini miró hacia atrás. Eran las tres y media de la tarde y vio a la caballería bajar galopando la quebrada Cedar.

Aquí terminan la versión de los testigos del ejército de la última batalla de Custer. Tres indios crows que se quedaron rezagados para vigilar un poco más el poblado, dieron informes algo confusos y de poco valor. Por lo tanto, tras la marcha de Martini, los movimientos de Custer son solo una pura conjetura, objeto de teorías siempre cambiantes basadas en las marcas que señalaban donde cayeron los soldados, del polvo del terreno y de las balas recuperadas. El escenario que sigue se ha bosquejado a partir del testimonio indio y de estudios modernos sobre la batalla.

La última batalla de Custer (11)

20 septiembre, 2019

Mientras todo esto sucedía, Toro Sentado estaba decidido a no luchar él solo contra los blancos. Para ello forjó un frente unido con las bandas de lakotas y cheyennes del norte, que se reunieron siguiendo su convocatoria para celebra una Danza del Sol intertribal sin precedentes, la sangrienta culminación de una ceremonia religiosa que duraba doce días y era central para la fe lakota y para la mayoría de los habitantes de las llanuras. En Rosebud Creek se formaron cinco círculos tribales, con los hukpapas de Toro Sentado, los oglalalas de Caballo Loco, los sans arcs de Águila Moteada y los cheyennes del norte al mando del relativamente conciliador Pequeño Lobo.

Los cheyennes del norte habían estado en paz con los blancos desde hacía siete años. Con su temperamento afable habían aceptado la presencia del hombre blanco de forma limitada. Pero eso había cambiado con las expediciones en las Black Hills. Para los cheyenne del Norte el Paha Sapa era más que una simple reserva de caza; era un territorio sagrado, la morada de Noahvose, la Montaña Sagrada. La tradición cheyenne sostenía que, en un pasado lejano, en una cueva del interior de Noahvose, el propio creador había entregado a los cheyennes las reverencias flechas sagradas. Si no habían respondido a la invasión blanca de su lugar sagrado era por la falta de dirección espiritual de la tribu.

Los arapahoes del norte, de naturaleza más acomodaticia, habían permitido que el gobierno los asentara en la lejana reserva de White River, hogar de los shoshones, sus enemigos. Esta ausencia supuso un duro golpe para la naciente alianza de Toro Sentado. Con los arapahoes neutralizados, Toro Sentado era consciente de la importancia de mantener a los chyennes cerca. Por eso estuvo decidido a ganarse a los vacilantes entre todas las bandas antitratado. Les dijo que el Gran Espíritu había puesto al enemigo en su poder. «Debemos destruirlos», añadió.

Cuando Nube Roja abandonó Washington, el presidente dio orden al Departamento del Interior de que nombrara una comisión para comprarle los derechos de explotación de las minas de Black Hills a los lakotas. Debían recordarles que el gobierno ya no estaba obligado a darles comida. Es decir, que si se negaban a vender, dejarían de darles raciones.

El grupo que el gobierno envió para negociar una cuestión tan crucial dejaba mucho que desear. De la comisión de nueve miembros liderada por el senador William B. Allison, sólo el general Terry conocía a los lakotas, y no tenía agallas para coaccionarlos a vender las Black Hills.

Soldado de carrera y veterano de la Guerra Civil, Terry había tenido la suerte de atraer la atención de Grant durante el conflicto, lo que facilitó que recibiera el codiciado puesto de general de brigada en el ejército regular. Pero no albergaba ningún deseo de luchar contra los indios. Resolver papeleo en la comodidad de su cuartel le gustaba más, y era bastante probable que delegara el cumplimiento de las operaciones en su principal subordinado, que no era otro que George Armstrong Custer.

La última batalla de Custer (2)

27 agosto, 2019

La crisis que inició a Toro Sentado a tomar el mando fue a raíz de la construcción, en 1866, del fuerte Buford en la confluencia de los ríos Yellowstone y Missouri. Al igual que los fuertes C. F. Smith y Phil Kearny -también construidos en 1866- había amenazado los terrenos de caza de los oglala de Nube Roja, Fort Buford presagiaba una intrusión intolerable de los blancos en el territorio hunkpapa. Sin embargo, Toro Sentado no pudo igualar las hazañas de Nube Roja y, en dos años de guerra intermitente, no pudo aplastar a una guarnición que no reunía más de cincuenta hombres.

Esto no acabó con la determinación de Toro Sentado de hacerles frente. Era mejor valerse por uno mismo que depender de los regalos del hombre blanco. No pensaba dejarse esclavizar «por un pedazo de beicon, unas cuantas galletas y un poco de azúcar y café».

Cuando Nube Roja y sus jefes firmaron el Tratado de Fort Laramie en 1868, Toro Sentado se opuso, pero encontró poco apoyo. Apenas la mitad de los hunkpapa se pusieron de su lado. Toro Sentado y todos los que rechazaron el tratado fueron considerados como las bandas antitratado o, cuando convenía a Washington, como «hostiles».

Clasificar a los laotas como antitratado o de la reserva era complicado. Los primeros visitaban a sus compañeros en la reserva e incluso se asociaban con las agencias para conseguir comida, en especial en invierno. Y, viceversa, el Territorio India No Cedido ofrecía a los indios de la reserva incómodos con las reglas blancas la oportunidad de recuperar su libertad.

Toro Sentado no estaba dispuesto a ceder ninguna parte del territorio de su pueblo ni repudiaría la costumbre de expandirlo a costa de otras tribus. Durante cerca de dos décadas, los lakotas habían luchado con los crows por el territorio del río Powder, rico en búfalos, lo que lograron a principios de la década de 1860. Sin embargo, a lo largo de esta década, las manadas más grandes se habían adentrado aún más en lo que quedaba de territorio crow. Durante los seis años siguientes, Toro Sentado se esforzó en expulsar a los crows de las llanuras y empujarlos a las montañas. Los blancos, por el momento, eran un peligro menor.

En 1869, con el apoyo de su tío Cuatro Cuernos, se convirtió en jefe supremo de los lakota. Pero él no era el único lakota destacado que abrazaba las antiguas costumbres. También lo hacía un joven jefe de guerra oglala llamado Caballo Loco.

La última batalla de Custer (1)

23 agosto, 2019

Capítulo 1. Toro Sentado y Caballo Loco.

Tatanka Iyotanka (en lakota: Tȟatȟaŋka Iyotȟaŋka), a quien conocemos como Toro Sentado nació en 1831 más abajo de la desembocadura del río Yellowstone, en Dakota del Sur, en el seno de la tribu hunkpapa, uno de los siete fuegos del consejo de la tribu Lakota Sioux. El nombre Húŋkpapȟa es una palabra sioux que significa «Cabeza del Círculo».

Su madre lo llamó Tejón Saltarín. Otro apodo que recibió fue Hunkesi (lento), por su carácter sosegado y reflexivo. A los catorce años, su padre le regaló una macana (una clase de maza). Dicho objeto tenía un significado especial para los nativos, ya que si golpear a un enemigo en batalla (contar un golpe), eso le daría mucho prestigio. Tuvo esa oportunidad cuando se enfrentó a un bando crow en su primer combate y, en la refriega, logró apalear a un contrincante, por lo que su coraje quedó demostrado. El padre Toro Búfalo se Sienta, henchido de orgullo, le dio su nombre, que los blancos tradujeron por error como Toro Sentado, en la ceremonia en la que recibió el estatus de guerrero. A partir de entonces, el padre se llamó Toro Saltarín.

Durante la década siguiente, Toro Sentado contó al menos dos docenas de golpes más y fue herido tres veces en las luchas contra los crows y los pawnees, incluyendo una herida de bala en un pie que le produjo una cojera permanente (pese a estar herido, Toro Sentado mató con su cuchillo a quien le disparó).

Toro Sentado llegó a dirigir cuatro sociedad de hombres, un logro bastante importante, si se tiene en cuenta que los guerreros podían considerarse afortunados si conseguían ser miembro, al menos, de una sociedad. A mediados de 1860, sólo su tío Cuatro Cuernos ostentaba una posición más alta que él en la jerarquía guerrera hunkpapa. También disfrutaba de una creciente reputación como Wichasha Wakan, un santón con el donde profetizar a través de sueños, visiones y comunicaciones directas con Wakan Tanka, el Gran Misterio, la fuente de todo lo visible y lo invisible.

Toro Sentado, el líder de guerra y el santón, personificaba las cuatro virtudes cardinales lakotas: la bravura, la fortaleza, la generosidad y la sabiduría. A pesar de ello, era humilde y tímido. Vestía con sencillez, había renunciado al tocado de guerra en favor de una sola pluma blanca de águila, que representaba su primer golpe, o, en ocasiones, una segunda pluma de águila pintada de rojo, que simbolizaba su primera herida. No reivindicaba su superioridad ni se ofendía cuando rechazaban su consejo o sus visiones. Tenía un gran sentido del humor pero también sufría rachas de depresión. Pero su desconfianza del hombre blanco y la convicción de que Dios le había escogido para juzgar a todos los demás indios, fueron constantes en él. Pronto, su fama se extendió entre las tribus lakotas.


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