Cuando llegó al despachuo del magistrado, Picasso se encontró un desencajado Apollinaire, lo que acabó de hundirle. Según algunos biógrafos, el pintor «renegó» de su amigo, pensando en protegerse aunque fuera a costa del pobre poeta. Tal vez esto sea mentira, pues la amistad de los dos continuó inalterable.
La defensa de los dos fue muy mala. Lloraron como chiquillos y el juez comprendió que sólo eran culpables de imprudencia. Picasso pudo regresar a su casa pero Apollinaire se quedó en a cárcel hasta el 12 de septiembre, tras la intervención del abogado Jules Ganié, conocido por su entrega a la causa de los artistas. El caso fue sobreseído en enero de 1912.
Picasso quedó transtornado por este asunto. Durante mucho tiempo se negó a subir al autobús de la línea Pigalle-Halle aux Vins, pues en él había ido al Palacio de la Justicia, escoltado por la policía. Durante varias semanas cambiaba varias veces de taxi para despistar a unos imaginarios policías. Al final, olvidó el asunto y el verano de 1911 fue fecundo en obras.