A contrapelo (9)

Lo primero que vi del desconocido fue un miembro de considerable tamaño que abultaba de manera escandalosa debajo de sus pantalones. Cuando Julia puso su mano sobre su paquete, el hombre se quedó inmóvil, casi congelado. Cuando me miró supe que Julia estaba sorprendida por su propia audacia y que se había pillado a sí misma por sorpresa. Viendo la cara del desconocido y lo que yo sentía, ya eremos tres los sorprendidos.

Julia comenzó a desabrocharle los pantalones y yo aproveché para estudiarlo. Debíais tener unos treinta años y sus vaqueros estudiadamente envejecidos y rotos, junto a su barba, de un desaliño casi científico, me hizo pensar que era uno de los hipsters que poblaban el casco viejo y llenaban las oficinas por docenas.

No se movía. Estaba tan quieto que parecía una estatua. No reaccionó ni cuando ella comenzó a masturbarlo, lo que hizo que aquella tremenda polla alcanzara dimensiones casi ciclópeas. Para entonces ella ya estaba usando sus dos manos en él, que tenía los ojos cerrados y parecía completamente rendido a sus caricias. Ella, liberando una mano, se quitó la camisa y se quedó con los pechos al aire, lista para recibir la corrida del desconocido, que no tardó demasiado en producirse.

Cuando le ví repetir el proceso con otro desconocido me pregunté hasta dónde iba a llegar. Arrodillada, sus manos volaban sobre la polla del hombre, que la miraba arrobado. De repente se introdujo el miembro en la boca y lo devoró. Los gemidos entrecortados del hombre y el temblor de sus rodillas no tardaron en anunciar su orgasmo, que ella devoró con una sonrisa glotona.

Pero la gigantesca polla del primer hombre no abandonaba su mente y se fue a buscarlo de nuevo, mientras yo seguía la sombra de sus pasos. Cuando él la vio avanzar en su dirección, abrió los ojos con una inmensa sorpresa.

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