A contrapelo (10)

El cielo comenzaba a iluminarse ante la llegada del amanecer cuando los ojos de Julia se abrieron de par en par. Arrobada, miraba a un hombre que había estado hundido a una mujer contra el capó del coche a base de golpes de su pelvis. Agotado, descansaba, semidesnudo, contra una farola. Erguida, la polla era una bestialidad que, a pesar de la distancia, dejaba claro su desproporcionado tamaño. Ahí estaba una de las fantasías favoritas de Julia.

Todo pasó muy deprisa y no creo que ninguno de los dos pronunciara más de dos frases. Julia se bajó los pantalones, se puso a cuatro patas sobre la hierba del miniparque que rodeaba al parquing y miró expectante a su nuevo follador.

Sin embargo, los intentos de ambos por facilitar el acoplamiento fracasaron, por lo que ella terminó por tumbarse boca arriba, con las piernas dobladas contra su pecho. Él se lanzó como una fiera sobre su presa. Julia respiraba agitadamente mientras él introducía su gruesa verga en una dolorosa y deliciosa invasión. No estaba del todo preparada para recibir semejante volumen y puede ver como lo dolía, lo que la excitó (me excitó) todavía más. Por suerte el hombre apenas duró treinta segundos antes de, con una profunda embestida, se vació dentro de ella.

Estaba todavía en el suelo cuando yo la penetré. Abrió los ojos con sorpresa al sentirme dentro de ella y sonrió cuando empecé a bombear en su interior. Yo estaba insatisfecho después de perder el tiempo con una rubia oxigenada que había resultado ser excitante como follarse un melón. Así que me lancé sobre ella con ganas acumuladas y antiguas.

De camino a su casa, con el sol iluminando las calles, pregunté a Julia si había quedado satisfecha con la aventura.

Tras unos instantes de silencio, me miró con el sol reflejado en sus pestañas.

-Ha estado bien, pero la próxima ves será aún mejor.

La hubiera besado de no haber sido por el semáforo.

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