A contrapelo (2)

-Nadie pasará por aquí -le dijo Julia, como si le leyera el pensamiento-. La gente que sale de los bares y las discotecas se irán directos hacia el metro o a buscar un taxi, en dirección contraria a donde estamos. Y, además, nadie se mete a estas horas en un callejón oscuro… aparte de nosotros.

El hombre dejó escapar un gemido de protesta cuando Julia se incorporó, soltando su polla, que resbaló de su mano. Era alta, rozando el metro ochenta, un poco más con aquellos tacones. Sus pechos, duros y redondos, colgaban pesados y erguidos. Sus caderas eran más anchas de como yo las recordaba de aquellos lejanos días de la universidad. Consecuencia, imagino, de haber tenido tres criaturas en diez años. Aún así, lucía espectacular. Más aún ahora, incluso, cuando la madurez había borrado de sus facciones cualquier rastro infantil. Su belleza era el fruto de la lotería genética.

-¿Has cogido los condones? – preguntó sin mirarle.

-Sí – contestó. Pedro medio pena. Parecía tan pequeño e insignificante. Ella permanecía inmóvil salvo por el gesto inconsciente al deslizar sus dedos por su pubis. Pedro se sacó un condon y se lo pasó. El tiempo pareció detenerse y me paré a escuchar los sonidos del mundo que nos rodeaba. Mucho había ocurrido desde nuestro último encuentro, pero Julia parecía ser la misma aventurera que yo recordaba y añoraba, aunque nunca fuera a admitir tal cosa en voz alta.

Se movió de repente, colocando sus piernas a los lados del hombre tendido en el suelo. Lanzó una sonrisa retorcida y sus ojos brillaron llenos de puro gozo ante lo que, contra toda lógica, iba a suceder. Miró la polla enhiesta que apuntaba hacia ella, pero siguió sin moverse. ¿Se lo estaría pensando? No, Julia no era de esa clase.

De repente se puso en cuclillas, hizo a un lado la tanga y procedió a insertarse aquel miembro. «Es más grande de lo que parece», exclamó en un susurro. Pedro, absorto, seguía con el condon en la mano. Yo admiré cuando ella, con un estremecimiento, empezó a ir bajando, haciendo desaparecer aquella columna de carne en su interior.

Cuando la tuvo toda dentro, se estremeció con fuerza. Juntó las rodillas y, por un instante, pude ver en su cara una expresión asombrada, que fue reemplazada por otra de dolor.

-Joder -exclamó con un jadeo para luego relajarse.

Sus pies retrocedieron y apoyó las rodillas contra el suelo. El hombre comenzó a embestirla en ese momento con todas sus fuerzas.

-Despacio -le dijo entre dos jadeos-. Más despacio.

El hombre la ignoró y siguió empujando con todas sus fuerzas. Desde mi posición creí ver su mirada y juraría que su mente había retrocedido a un estado primitivo, similar al de nuestros antepasados prehistóricos. La agarró por la cintura y comenzó a castigarla con el ritmo de un martillo neumático. Ella, en lugar de detenerlo, puso las manos e su pecho y arqueó la espalda, moviendo las rodillas en el asfalto y separando las caderas para él.

-¿Te vas a correr? – la voz Julia reflejaba su excitación. Unos segundos más tarde él la penetró con todas sus fuerzas y se quedó quieto dentro de ella. La habia embestido con tal fuerza que consiguió que ella levantara las rodillas del suelo.

De los labios de Julia surgió un gemido que parecía surgir de su alma.

-¡Oh, joder! -dijo, lanzando su cabeza hacia atrás. Su voz subió de tono y, casi con un rugido, estalló: – ¡Si, joder, sí! ¡Correte en mi coño!

Los gemidos del hombre se volvieron entrecortados y salieron a sacudidas de su garganta. Unos instantes después, Julia exclamó, sorprendida.

-Aún se está corriendo…

Cuando los gemidos y respiración de ambos se normalizaron, Julia se levantó y, estirando los brazos como si se despertara en ese momento, miró en mi dirección y sonrió ampliamente.

Pedro, a su lado, con el condon aún en la mano, parecía todavía más insignificante.

Julia, semi desnuda todavía, se puso en marcha hacia mi escondite. Irónicamente, con el movimiento de sus piernas el tanga regresó a su sitio, pero ella no pareció darse cuenta. Detrás, Pedro trotaba recogiendo su ropa.

«Joder,» – me dije- «se ha vuelto loca, completamente loca».

En ese momento, la luna iluminó un rastro de semen que se deslizaba por el muslo de Julia.

Aún desnuda, se puso camino del coche. Pedro, condón en mano, la seguía al trote. Con una sonrisa en los labios y su sujetador en el bolsillo, salí en pos de ella.

Si, la noche estaba resultando ser muy interesante.

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