Según el Génesis y la tradición católica, el árbol de la ciencia del bien y del mal daba un fruto que otorgaba el conocimiento sobre estas dos cuestiones y, además, daba la muerte. Cuando Adán y Eva comen el fruto prohibido, conocen que es el mal (y el bien), perdiendo así su inocencia primigenia y convirtiéndose en mortales.
Según la Cena Secreta (un apócrifo bogomilo muy conocido por los cátaros), Satanás introdujo en el Eden a los dos ángeles que había introducido y les dotó de una forma física. Según los cátaros, esta seducción había sido posible porque los dos ya tenían una tendencia al mal. Satanás les ordenó que copularan, pero no sabían como hacerlo. Luego les prohibió que tocara el árbol y, con la forma de la serpiente, tentó a Eva para que pecara y luego copuló con ella.
Según los bogomilos, de este acto nació Caín y una hija, a la que llamaron, según Eutinio, Calomena. Sólo después de este pecado Adán engendra de Eva a Abel y otros hijos e hijas.
Los dualistas moderados (occitanos e italianos) creían que la manzana simbolizaba el acto sexual. Para ellos, el Edén era también una creación satánica y Satanás es quien obliga a Adán a mantener relaciones sexuales con Eva, pero sólo después de haberla poseído él con forma de serpiente (cum cauda serpentis).
El verdadero pecado no es la desobediencia al comer del árbol, a pesar de las prohibición que Dios les había dado, sino el acto carnal, la fornicatio carnalis, pues para los dualistas moderados, este acto se produce libremente (el libre albedrío ya mencionad) y por ello constituye una rebelión contra Dios. Además, es el modo con el que se expande la raza humana, malvada además, y amplia los dominios del diablo.
Curiosamente, todo este proceso sólo fue posible, según los dualistas moderados, porque Dios lo permitió.
Los dualistas absolutos (albaneses – albigenses) no tenían en cuenta estos mitos. Si los usaban, era para imitar a los moderados y explicar la Caída Original. Los mitos de los moderados les parecían inadecuados y los sustituían por otros que mostraban de manera más impresionante la atracción que la voluptuosidad carnal ejerce sobre las almas angélicas.