El 3 de mayo de 1939, a las once de la mañana, Manuela de la Hera Maceda, de 19 años de edad, nacida en Madrid, denunció a Enrique Garcia Mazas, al que acusó de celebrar reuniones secretas del PCE en su domicilio madrileño, situado en el número uno de la calle de San Andrés, en las que se planeaba el asesinato de Franco. Enrique, que era músico, estaba casado con una mujer llamada Blanca, decía la denunciante. Entre los asistentes estaba un tal Juan Cenepa, músico también, que tenia mucha relación con el matrimonio.
Cenepa había sido un destacado activista del PCE durante la guerra, lo que había ocasionado ciertas desavenencias con su suegra y su cuñada. Junto a Federico Bascuñana, era uno de los pocos que se había librado de la redada que acabó con la detención de Matilde Landa y de la mayor parte del Comité Provincial. Cenepa andaba escondido, pues durante la guerra había sido secretario del Sindicato de Profesores de Orquesta y propagandista del PCE. Se había escondido en casa de su madre, en el tercer piso del número 16 de la calle Lope de Vega. Pasaba su vida entre su domicilio y el da la família Garcia Batanero, que vivían en el cuarto.
Enrique García Matas, el otro «comunista» denunciado por Manuela de la Hera, tenía 35 años y estaba casado con Blanca Brisac. Se conocieron siendo muy jóvenes, siendo ambos miembros de la banda de música del cine Alcalá. Enrique tocaba el violín y Blanca el piano. Se casaron y se fueron a vivir al número 1 de la calle de San Andrés, en el barrio de Las Maravillas, compartiendo el piso con el hermano mayor de Enrique, Ricardo, y sus cinco hijos.
Tuvieron una hija, Mercedes, que murió de pulmonía a los pocos meses de nacer, y a Enrique, que con once años era la alegría de la casa. La guerra terminó con su felicidad, que sorprendió a Enrique en territorio nacional. Estuvo a punto de ser fusilado, pero quedó libre y se las arregló para volver a Madrid y reunirse con su mujer y su hijo. No fue movilizado por estrecho de pecho, pero fue adscrito a la banda de música del Regimiento de Ingenieros, y de vez en cuando le tocaba enfundarse el uniforme para dar un concierto para los soldados. Pasó toda la guerra sin pegar un tiro. A uno de sus hermano lo mató una bala perdida.
Juan Cenepa y Enrique eran amigos desde hacía once años y habían compartido responsabilidades en el Sindicato de Profesores de Orquesta, pero el segundo no había tenido nunca inquietudes políticas. Se había apuntado al PCE por recomendación de unos camaradas del sindicato, lo que le granjeó la enemistad de su familia política, que no simpatizaba con la causa republicana. Tras el final de la guerra Juan y Enrique perdieron el contacto hasta que a comienzos de abril Juan le hizo llegar un mensaje a Enrique, pues se hallaba en dificultades.
A la cita acudió Blanca. Preocupada porque su marido se pudiera reunir con un militante comunista que se había significado tanto durante la guerra, una mujer pasaría más inadvertida, y fue ella. Falto de dinero, Blanca y Enrique comenzaron a ayudarle.
Su amistad les iba a costar muy cara por culpa de la traición de alguien próximo a ellos. Manuela de la Hera era la cuñada de Enrique, y el complot para asesinar a Franco, una invención de su aterrada mente, pensando así que su família quedaría «limpia» a ojos de los vencedores de la guerra.
Detenidos, todos negaron haber participado en conspiración alguna, todos menos Cenepa, que, según la policía, «se suicidó en lo calabozos». En el registro de su domicilio la policía encontró una pistola Mauser de 7,75 mm, una Astra de 9 mm y una Star de 7,75 mm. Estas armas fueron consideradas las pruebas irrefutables del complot contra Franco, junto con algunos comentarios de Cenepa sobre el poder de los comunistas en Madrid y el temor a Franco a visitar la ciudad.
Así se encontró Blanca, que antes de la guerra había sido de ideología derechista y votaba, como su marido, a la derecha, atrapada en las redes de la policía franquista.
Enrique García Mazas, Esteban Dodignon y Domingo Cándido Luego, al que su confesión no le sirvió más que para condenarse, pues si sabía tanto del complot es porque formaba parte del mismo, en opinión de la policía, fueron trasladados a la cárcel de Yeserías. Blanca Brisac, la única mujer imputada, a la de las Ventas.